Memorias de África

Esta semana un amigo está quedándose en la tienda para que yo pueda tener unas cuántas horas seguidas en la nave. Una de las cosas que por fin he terminado es mi último cuadro de madera, que he llamado “Memorias de África”, porque está hecho íntegramente con maderas de este continente.

Es el primero de varios cuadros más grandes que quiero hacer. Mide 110×60 cm. La parte central es una pieza de bubinga, que va rodeada por tiras de koto y de mansonia. Las pequeñas decoraciones son una tira de wengué, tres circulitos de ébano, y uno más grande de zebrano. Este cuadro tiene varias de mis maderas favoritas, y me ha llevado semanas hacerlo, con decenas de procesos de encolado, con sus respectivos tiempos de secado, lijado, y vuelta a empezar. Como todos los “cuadros” de madera que hago, está firmado, con número de serie único grabado detrás y se entrega con un certificado de autenticidad.

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Cajitas apilables

Una de esas cosas medio universales, que nos gusta a casi todas las personas, es cajitas en las que guardar nuestras cosas. Cuando se me ocurrió hacer cajas de dos maderas con ensamble dentado, me gustó la idea, y parece que a los clientes también les llama la atención. Hace poco uno me encargó tres cajitas. Hasta aquí sin problema, pero luego me dijo que le gustaría que fueran fácilmente apilables. Estuve dando vueltas a cómo lograrlo sin estropear el aspecto de las cajas en sí, y al final la solución fue hacer una pieza con un rebaje, que actuaría de tapa. El mismo rebaje, además de encajar encima de las cajas, debía encajar debajo. Así se podría usar la tapa de base, de tapa, o de base-tapa entre dos cajas para apilarlas. En fin, suena un poco lioso, vale más una imagen que mil palabras. Están realizadas en lenga y haya vaporizada, y miden 15x15x8cm. Por supuesto las cajas se pueden hacen en cualquier tamaño y combinación de maderas.

También me encargó una bandeja, que sigue el mismo principio, pero con medidas que la hacen más bandeja que caja. Para llevarse la cena de la cocina al salón con estilo.

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Ramón Freixa Pt.2

Hace poco os contaba que me encargó unas cosas Ramón Freixa para su restaurante. Anoche tuve la suerte de cenar allí. No soy crítico gastronómico, y habrán corrido ya ríos de tinta acerca de su restaurante, pero aun así me apetece comentarlo. Será largo, aviso, no estoy limitado a una columna de un periódico.

Aunque ya había visto el restaurante, la cocina, conocido al personal y probado algún tentempié, tal y como me comentaba Ramón, verlo todo en marcha y comer sentado es otra cosa. Al sentarme, veo las planchas que hice en cada mesa, con una verdurita encima, los camareros ir y venir con las bandejas que les fabriqué a las tantas en mi nave, y la verdad es que me hizo mucha ilusión.

En cuanto a la comida, por una parte, y como neófito en la gastronomía de este nivel, algún prejuicio sonaba en mi cabeza. Por otro lado, habiendo hablado con Ramón de algunos platos, habiendo pegado un bocado de soslayo a algunas cosas mientras entregaba un producto, mis expectativas eran altas. Ahora, puedo decir que mis expectativas han sido superadas con creces, y que los prejuicios son fruto de la ignorancia. Cosas tipo “sí, muy rico todo, pero macho, yo después de ir a un sitio así, me voy a por un bocata de calamares, que me quedo con hambre”. Eso, para empezar, es falso. Yo tengo muchísimo saque, y salí de este restaurante rodando. No son raciones enormes, pero son tantas, y tan bien acompañadas, que yo al llegar a los postres estaba más que satisfecho. Pero el tema es que esas consideraciones son una garrulada completa. Lo de anoche, respondió a algo infinitamente menos primario que nutrirse sin más. Cada bocado es para saborearlo lentamente, y muchas veces pensar qué c**o será eso tan bueno. Comer así es una experiencia sensorial. Que me quedé bien lleno, pero es que ni siquiera se trata de eso.

Aunque miré la carta, me puse en manos de Ramón, que me sacara lo que él viera. “Comemos de todo, y no tenemos alergias”. Me esperaba una configuración de cena medianamente estándar. Bueno, pues fue una batalla campal, abrumador, en el mejor sentido posible de la palabra. Nos traían los platos, los mirábamos, y afortunadamente nos explicaban qué eran, porque la mayoría no se adivinarían.

Si enumerase todo lo que comimos, este post sería larguísimo. Aunque trate de destacar sólo algunas cosas, me voy a extender mucho. Cada una de las cosas es absolutamente deliciosa. Todo merece comerse despacio, concentrándose en los sabores y viviendo lo que como digo, es una experiencia, mucho más allá de comer para llenar el estómago. Tomamos un vino de una colección privada de Ramón, excelente. Tras una variedad de cositas pequeñas pero sublimes, vinieron los platos propiamente dichos. Pato, lubina, cordero. Aunque los tres estaban frescos, tiernos, sabrosos y perfectamente cocinados, los acompañantes eran lo verdaderamente impactante. Cosas originales, interesantes, y tanta variedad que yo creo que tocamos todos los palos de la pirámide alimentaria.

Y el pan… Yo soy muy panero, me encanta el pan y aprecio uno bueno. Aquí no hay un pan bueno. Hay seis (si no me dejo alguno!) panes buenísimos. Los hace el padre de Ramón en Barcelona y se hornean aquí. Pan de agua, pan de sobrasada (con cacahuetes, brutal!), de aceitunas negras, de tomate seco, de mantequilla, palito de parmesano, y creo que alguno me queda.

Después de los tres platos principales y sus correspondientes guarniciones tremendas, esperaba el postre, pero no. Antes los quesos cocinados. También soy muy quesero (me estoy dando cuenta de que lo que soy es un glotón y punto), y esto me llamó mucho la atención al verlo en la carta. Increíble. Cuajada de Brie con crispies de fresa, por ejemplo. Ahora vendrán los postres. Tampoco. Ahora tocaba la “dulce espera”, como intermedio antes de los postres. Al igual que los snacks, cosas de un bocado, cada cual más sorprendente y sabrosa. Aunque hacía rato que empezaba a estar lleno, llegaron los postres, con una fuerte presencia de chocolate, muy bien acompañado al igual que los platos principales. Yo creía que no me gustaba demasiado el champagne y cava. Un día mientras hablábamos, Ramón me puso una copa de Ruinart Rosé, y vi que es que hay champanes y champanes… Hoy en la cena un cava con los postres. Lo mismo, hay cavas, y cavas. Este era buenísimo.

La comida, en resumen: completa, variada, sabrosa, fascinante. En cuanto a los detalles y el servicio, todo sigue la misma linea de excelencia planificada y perfectamente ejecutada. Aunque los panes son como para tomarlos solos y recrearse en ellos, durante la cena un recipiente metálico con mantequilla ligeramente salada, que estaba de muerte. A su lado, un cuenquito con aceite de oliva 100% arbequina, irresistible. Si tuviera un 10% más de confianza, o hubiera tomado un 10% más de vino, habría tomado un poco de ese aceite simplemente a cucharadas.

Luego está el tema de la presentación. El local es muy agradable, espacioso y tranquilo. La decoración es equilibrada, interesante pero no excesiva. Durante la cena y sus innumerables asaltos, no se repitió un sólo plato. La variada vajilla está compuesta por piezas curiosas de porcelana, de cristal, de madera, de cobre… La cubertería (que nos cambiaron tantas veces como platos) es también variada y curiosa, empezando por unas tenazitas para coger los snacks, que cuando te estás planteando si son para eso, te dice el camarero que sí, o que lo cojas con las manos, como en tu casa. Los tiempos están también perfectamente medidos. Tienes todo el tiempo que necesites para cada cosa, y exactamente cuando has tenido unos instantes para digerir (mentalmente) lo que acabas de comer, te traen lo siguiente, antes de que el momento de reflexión se convierta en espera propiamente dicha. Nada es casual, todo está cuidado y magistralmente ejecutado.

Por último el servicio. El chef ya me había contado que daba gracias por su equipo, que eran excelentes. Doy fe. Otro de mis prejuicios, este bastante comprobado (así que supongo que ya no cuenta como prejuicio), es que en los restaurantes donde se hace un esfuerzo manifiesto por cuidar el servicio, éste suele resultar cansino. Donde no me dejan la botella de agua y vino en la mesa, los camareros al menos una vez me tienen esperando con la copa vacía y con sed. En este restaurante, antes de que yo mismo me hubiera dado cuenta de que me había bebido la copa, me la habían rellenado, también sin que me diera cuenta. Antes de que me percatara de que nos habíamos pimplado la botella de vino, el sommelier (o somier, como me parece más divertido decir) nos había dicho que si queríamos un par de copas de otro vino para comparar. A lo largo de la cena, diversos camareros vinieron a la mesa, bien a servirnos bebida, a ponernos platos, o a llevarse platos, decenas de veces. Sin embargo, en absoluto me sentí agobiado ni cohibido por su presencia. Hacían su trabajo, con una corrección intachable, pero sin resultar pedantes o pesados. Cuando tenían que hablarnos, para explicarnos algo, lo hacían sin más, sin ser redichos ni pesados, hasta que les dimos pie a salirse del protocolo puro y ser “majos” si querían, a lo que se adaptaron de inmediato. Una profesionalidad al servicio y a medida del comensal. El propio Ramón Freixa se deja ver por la sala, con el estilo que describí en el anterior post, de cercanía. Comiendo esos platos, estás pensando que este hombre es un auténtico crack, digno de todos los reconocimientos que está teniendo en el mundo gastronómico, pero te habla, y además resulta que es un “tío muy majo”, con los pies en la tierra y que no espera que le hagas reverencias ni trasladándote una imagen de “soy un Dios de la cocina”.

Es la primera vez que mi trabajo me granjea un “valor añadido” como visitar este restaurante y disfrutar de lo que sin lugar a duda y con diferencia ha sido la cena más memorable de mi vida. Aunque Ramón estará cansado de oírlo, quiero agradecer de nuevo la cena, espero repetir, la sensación durante y después de la cena era de “esto es vida…”. Que no es un sitio que comas por 50€, por lo que al menos para mí no es para ir cada semana. Pero ojalá. Y os recomiendo daros el capricho si alguna vez podéis, merece la pena.

Ah! Y como último detalle, cuando te estás marchando, te entregan un resumen de lo que has comido. Menos mal, porque si no se me olvidaría la mitad!

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Me gusta eso que ya has vendido

A veces ocurre que un cliente me dice que le gusta algo que hice y ya vendí. Si les gusta más que cualquier cosa que aun esté sin vender, toca repetir la pieza vendida. Repetirla calcada no, porque me parecería que perdería toda la gracia, y porque no podría aunque quisiera. Los cuencos son torneados a mano, según me va pareciendo le doy la forma, y en las tablas algo parecido, nunca me apunto medidas y cotas de las cosas que he hecho.

En este caso, la cliente quería un cuenco de zebrano y koto, que se había llevado su amiga. Anoche lo repetí, variando un poco la forma, y haciéndolo más grueso. La verdad es que me gusta más este que el primero… Está hecho con zebrano, con un aro de koto pegado en la base y encima del zebrano.


 

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El cerdito valiente

Hace unos días una señora me trajo un cerdito que le había hecho su hijo cuando era pequeño, y que usaba para servir embutido. Estaba hecho con una resina extraña, y tenía un aspecto bastante desmejorado. La tarea era replicarlo en madera, uno en el mismo tamaño, y uno más grande con un hueco para meter pan o picos. El pequeño lo hice en ipé, y el grande con mansonia, que es una madera muy bonita también conocida como nogal africano.

Aquí podéis ver a papicerdo y el cerdo alevín.

 

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Tablas de olivo

Como contaba el otro día, recientemente fui a comprar madera de olivo para hacer unas tablas de cortar. La verdad es que es una madera preciosa, pero con alguna desventaja. Desventaja para mí al trabajarla, no para el cliente que se compre una tabla de olivo! Sobre todo porque en el proceso de secado se raja mucho, así que tienes que desechar bastante madera para sacar las piezas buenas, y aun así, estas piezas tienen algunas grietas que hay que tapar. De un palo enorme que me costó una fortuna, he sacado sólo 3 tablas grandes, 2 enormes y 10 pequeñitas. Todas son de una sola pieza, y las pequeñas cuestan 20€, las medianas 120€ y las enormes 180€. Pero es el precio a pagar por tener una tabla de esta madera, que es de las más bonitas que hay. Tiene una veta que es una locura. En fin, una imagen vale más que mil palabras:

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Jugando con los mayores

El otro día conocí a un cocinero, que entró por casualidad en mi tienda. El cocinero en cuestión está galardonado entre otras muchas cosas con dos estrellas Michelin. Estuvo un rato mirando mi trabajo, y me dijo “Me llamo Ramón, y es que tengo un restaurante al que me gustaría meter algunas cosillas de madera”. La presentación humilde y sin la soberbia que muchas veces se asocia con las figuras de la alta gastronomía, viene a ser como si entra Botín y me dice “Soy Emilio y tengo una empresa”.

Mi siguiente temor era que un posible cliente de ese mundillo, fuera muy etéreo, muy conceptual, pero no supiera lo que quería, ni tuviera la concreción suficiente como para llegar a decidirse por algo. Error de nuevo. Fui a su restaurante para ver el estilo que tiene la decoración y tras un par de mails, se pasó de nuevo por la tienda y dándome un margen para mi creatividad, me dijo lo que quería que le fabricase.

Como beneficio colateral de mi trabajo, estoy empezando a conocer las tripas de este mundillo, de la mano de Ramón Freixa, un cocinero que está en la cumbre, pero que sigue tratándote y hablando de manera cercana y afable. Por un lado dirige un restaurante que es prácticamente una institución, habla de platos, recetas e ingredientes, que no oyes ni por asomo en la vida diaria. Contrasta que tenga los pies tan en la tierra, no se da demasiada importancia y te trata con absoluta naturalidad. He estado en su cocina, conocido a su personal, tenido carta blanca para hacer alguna de las innumerables preguntas que me surgen, y charlado sobre los entresijos de este mundo como si me estuviera poniendo al día con un viejo amigo del colegio. El sector de la alta gastronomía me resulta fascinante, ya que al fin y al cabo, se trata de explotar hasta puntos inimaginables uno de los placeres más básicos, sensoriales y satisfactorios que hay. Tras cerrar mi tienda hoy, me he acercado y he visto (y probado, sublime) el “snack” que va sobre mis planchitas de nogal. Ha sido una sensación de orgullo ver al personal meticuloso y detallista de Ramón haciendo un hueco en su maquinaria de reloj suizo para esas planchas, incorporándolas a la rutina de su trabajo. Una rutina en la que nada es casual, en la que cada uno de los elementos ha sido decidido por algo, no al tuntún.

Volviendo al tema que nos ocupa, me pidió unas planchitas de nogal, que se pusieran a cada comensal al llegar, y unas un poco más grandes y trabajadas, sobre las que poner una fruta o verdura de temporada. También unos cajones de haya y nogal para que cuando los camareros vayan a las mesas para cambiar de cubiertos, servilletas y tal, lo lleven en un cajón vistoso en lugar de una bandeja banal. Aquí podéis ver el resultado, y a partir de la semana que viene lo verán los que visiten el restaurante http://www.ramonfreixamadrid.com/ , espero que genere interés y sea un punto de inflexión en el tráfico de clientes en mi tienda!

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Road trip

En el mes o así que llevo con la tienda, no sé las veces que me han preguntado por tablas de cortar en madera de olivo, así que nada, tocaba hacer unas cuantas. Me resultó imposible encontrar materia prima en Madrid, así que me tocó bajar a Valencia a un proveedor que tiene tantísimas maderas, que para mí es el paraíso. Voy a hacer una breve crónica del viaje.

Salí a las 7 de la mañana, y a mitad de camino empezó a salir el sol, entre una niebla tremenda, que parecía que íbamos conduciendo hacia el apocalipsis.

Llegué muy temprano al proveedor, y sin abusar del pobre hombre al que tocó atenderme, me di una buena vuelta cotilleando maderas. Esta foto muestra una pequeña parte de lo que tienen.

Me llevé un poco de ébano, raíz de tuya, y el cometido principal, un palo enorme de olivo, de 80 kg de peso, que me lo han cargado ellos, pero descargarlo yo sólo en la nave ha sido un show. Cabía de milagro en mi coche, quedó a 1 cm de la luna delantera, y a 1cm del maletero. De aquí espero sacar bastantes tablas, y que se vendan bien, porque el palito me ha costado un dineral.

Me empecé a volver, pero como iba bien de tiempo, hacía un solazo, y soy muy marítimo yo, me acerqué a una playa a mojarme los pies y hacer alguna fotito. Qué ganas tengo de unas vacaciones…

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Tabla de cortar con cuna

El otro día entró un chico en mi tienda, y empezó a explicarle a su chica que esta era una tabla de testa, que esto era el cuenco ese de siete maderas, que esos son los soportes para cuchillos, y me quedé a cuadros. Resultó que es un lector de este blog, y por eso se sabía los productos!

El cliente tenía un hueco recortado en la encimera, antes destinado a una lavadora de carga superior, y quería taparlo. Se le ocurrió que le podría hacer una primera base que estuviera fija, tapando el hueco de la encimera, y sobre esta cuna, que encajara la tabla de cortar.

En principio la base iba a ser de haya sin más con un vaciado del tamaño de la tabla, pero dándole vueltas, se me ocurrió hacerlo de otra manera, que quedaría más decorativa y trabajada. La cuna tiene una primera parte hecha con madera de tauarí, que está enmarcada con haya vaporizada. En las esquinas le metí un par de decoraciones de nogal para darle un poco de gracia. Lo que es la tabla propiamente dicha, está fabricada con haya y jatobá alistonados de forma asimétrica, y bien gorda. Una primera foto de la tabla a medio fabricar, y ya algunas del producto terminado. ACTUALIZACIÓN: La última foto me la mandó el cliente, de la tabla ya instalada en su ubicación definitiva.

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Más combinación de maderas

Anoche tras cerrar la tienda, me fui a comer algo rápido y a la nave, que tenía que hacer unas tablas de cortar para entregar hoy. Aprovechando que iba, empecé 24 tablas de las baratitas que se venden sin demasiado dolor para el bolsillo del comprador (hasta las 5 de la mañana estuve, hoy soy un poco zombie). Mientras que se encolaban unas cosillas, aproveché para terminar otro cuenco de los que hago combinando tiras de distintas maderas. Este es más pequeño que el anterior, y me recuerda un poco a un diábolo, aunque esto dolería mucho que se cayera al suelo tras lanzarlo por los aires. Precios y detalles en mi web.

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