El otro día conocí a un cocinero, que entró por casualidad en mi tienda. El cocinero en cuestión está galardonado entre otras muchas cosas con dos estrellas Michelin. Estuvo un rato mirando mi trabajo, y me dijo “Me llamo Ramón, y es que tengo un restaurante al que me gustaría meter algunas cosillas de madera”. La presentación humilde y sin la soberbia que muchas veces se asocia con las figuras de la alta gastronomía, viene a ser como si entra Botín y me dice “Soy Emilio y tengo una empresa”.
Mi siguiente temor era que un posible cliente de ese mundillo, fuera muy etéreo, muy conceptual, pero no supiera lo que quería, ni tuviera la concreción suficiente como para llegar a decidirse por algo. Error de nuevo. Fui a su restaurante para ver el estilo que tiene la decoración y tras un par de mails, se pasó de nuevo por la tienda y dándome un margen para mi creatividad, me dijo lo que quería que le fabricase.
Como beneficio colateral de mi trabajo, estoy empezando a conocer las tripas de este mundillo, de la mano de Ramón Freixa, un cocinero que está en la cumbre, pero que sigue tratándote y hablando de manera cercana y afable. Por un lado dirige un restaurante que es prácticamente una institución, habla de platos, recetas e ingredientes, que no oyes ni por asomo en la vida diaria. Contrasta que tenga los pies tan en la tierra, no se da demasiada importancia y te trata con absoluta naturalidad. He estado en su cocina, conocido a su personal, tenido carta blanca para hacer alguna de las innumerables preguntas que me surgen, y charlado sobre los entresijos de este mundo como si me estuviera poniendo al día con un viejo amigo del colegio. El sector de la alta gastronomía me resulta fascinante, ya que al fin y al cabo, se trata de explotar hasta puntos inimaginables uno de los placeres más básicos, sensoriales y satisfactorios que hay. Tras cerrar mi tienda hoy, me he acercado y he visto (y probado, sublime) el “snack” que va sobre mis planchitas de nogal. Ha sido una sensación de orgullo ver al personal meticuloso y detallista de Ramón haciendo un hueco en su maquinaria de reloj suizo para esas planchas, incorporándolas a la rutina de su trabajo. Una rutina en la que nada es casual, en la que cada uno de los elementos ha sido decidido por algo, no al tuntún.
Volviendo al tema que nos ocupa, me pidió unas planchitas de nogal, que se pusieran a cada comensal al llegar, y unas un poco más grandes y trabajadas, sobre las que poner una fruta o verdura de temporada. También unos cajones de haya y nogal para que cuando los camareros vayan a las mesas para cambiar de cubiertos, servilletas y tal, lo lleven en un cajón vistoso en lugar de una bandeja banal. Aquí podéis ver el resultado, y a partir de la semana que viene lo verán los que visiten el restaurante http://www.ramonfreixamadrid.com/ , espero que genere interés y sea un punto de inflexión en el tráfico de clientes en mi tienda!
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