La mayoría de las ventas son transacciones sin pena ni gloria, pero de vez en cuando hay algún cliente que se recuerda, e incluso algunos con los que se tiene trato más allá de vender.
Es el caso de Casa Enrique. Para el que no lo conozca, es un restaurante en Solares (Santander), que lleva abierto desde 1910, y ha sido desde entonces un asunto familiar. Los que me conocéis fuera de la madera sabéis que soy un tragaldabas y me encanta comer, y descubrir este restaurante, al que iba mi padre a ponerse las botas cuando vivíamos en Santander hace 25 años, ha sido una suerte. La comida es brutal, platos contundentes, sabrosos y de calidad suprema. He podido probar los platos más emblemáticos (carico montañés, zancarrón, tupinamba, carne asada, albóndigas…), y alguno más de la carta. Sólo de recordar el solomillo con foie empiezo a salivar, y sabes que hasta la cosa más sencilla (unas anchoas, unos tomates aliñados, unas rabas) va a ser de materia prima insuperable y preparado con más de 100 años de experiencia. El servicio también es una gozada, da gusto comer ahí, donde lo lleva una familia, y lo hace de una manera… familiar.
El caso es que para el que no lo conozca y pase medio cerca, que no se lo pierda, pasa a ser de mi Top 10 de restaurantes del mundo, y aunque me queda a 400 km, creo que sería bien capaz de ir para allá sólo para matar el antojo de alguno de los platos que me han marcado, con alguno de los incontables vinazos que tienen en la bodega.
Bueno, estoy divagando y se trata de madera. Me encargaron primero una panera, la que tenían llevaba yo calculo que desde 1910, y estaba pidiendo jubilación. Tienen un hueco en la encimera, y necesitaban algo para cortar el pan, y que cayera la miga debajo.
Después vieron en mi página los soportes de cuchillos imantados, y me pidieron uno a medida, donde entraran todos los cuchillos que tienen. Aquí lo tenemos, en jatobá, que es una madera durísima para aguantar trote.
